lunes, 29 de septiembre de 2008

25 de septiembre


Ahora mismo, a cientos y cientos de metros de altura, es difícil decir si m eencuentro en un final o en un principio.
Este avión parece ser la barca de Caronte que me lleva de uno a otro.
Me siento un tanto extraña. Todavía no he escuchado en todo el avión a nadie hablando español, ni siquiera de la tripulación, exceptuando a una grabación de voz que me ofrecía la posibilidad de comprar una tarjeta de rasca y gana y hacerme millonaria con Ryanair. Curiosa oferta después de haberme cobrado 60 Euros por 4 kg de sobrepeso en la maleta.
Los nervios lógicos han esperado hasta el último momento para aparecer, y aún así, son asombrosamente pocos en comparación a los que me provocarían unas simples vacaciones de una semana. Es como si algo ahí adentro se hubiese serenado al saber que por fin se aleja de los últimos seis años hacia un destino incierto que está dispuesto a afrontar, aunque solo sea por variar un poco. Sin embargo, reconozco que lo echo de menos: la ciudad Gris; la rutina y la aparente seguridad, aún en la infelicidad que allí viví, que me proporcionaba; y también los escasos lazos que he forjado allí. Algunos viejos y asentados, otros que ha entrado con la fuerza de un huracán en los últimos coletazos de mi estancia allí. Todos me atan de alguna forma a sus nubes de polvo ruinosas, provocando que la perspectiva de no volver a verla más que como una ajena visitante me haya causado algún que otro nudo en el estómago.
Me espera un año de dudas por delante que espero resolver con experiencias, encuentros y descubrimientos que compensen todo lo anterior y que, de alguna forma, llenen el vacío que busca ser ocupado en esta nueva oportunidad.

No hay comentarios: