martes, 6 de enero de 2009

De vuelta


5 de enero de 2009

Y aquí estoy, después de dos intensas semanas en Galicia, en el aeropuerto del Prat de Barcelona de nuevo camino de Alemania. Cuatro horitas de escala que, afortunadamente gestionadas por Spanair, han transcurrido con tranquilidad esquivando los interminables retrasos, cancelaciones y demás amabilidades con las que Iberia acostumbra a obsequiar a sus viajeros.
Tras leerme un comic de Mortadelo y Filemón que posteriormente regalaré a Urban para que conozca lo más famoso de la ilustración española, han empezado los gusanillos esos que se dedican a saborear el estómago en este tipo de momentos. Estoy contenta. Estoy deseando llegar. Sé que los próximos tres meses serán de infarto debido a que ahora entra lo duro en el proyecto y también a que no he hecho absolutamente nada en las vacaciones de navidad (imposible, no hay tiempo físico para todo); pero aún así tengo muchísimas ganas de estar de nuevo allí, con los demás Erasmus, de sentirme otra vez como esa nueva guerrera que empezó una nueva batalla por la esperanza a finales de septiembre, y que cada vez tiene más y más sed de sangre. Tengo ganas de ver a mi gente de allí y ya estoy haciendo números para que todo el turrón y los detallitos que no pueden ni llenar mi maleta por culpa de las malditas restricciones de peso en el aeropuerto, llegen para sorprender a todos los que ya tienen un poco de mi cariño con un trocito de España.
Estas dos semanas en casa han estado… bien. Siempre pueden ser mejores y siempre peores. Además, las Navidades nunca han sido fáciles para mí. Pero ha habido muchos abrazos, muchos reencuentros con viejas amistades y también con otras no tan viejas, mucho cariño, muchas horas de autobuses y aviones y eso también significa mucho tiempo para pensar.
No han sido dos semanas del todo fáciles. De nuevo he terminado por sentir esa angustia que me encoge el corazón y me hace capitular en mi búsqueda, y algo dentro de mí parece agarrarse al avión que me lleva de vuelta a Alemania como a un clavo ardiendo. Ese lugar alguna vez lo ocupó Ferrol, y terminó por convertirse en otra de las espinas que me ceñían la cabeza. Tal vez ese sea uno de los temores que hacen que la idea de trabajar en Alemania no acabe de encajar del todo en mi interior. Está siendo algo muy bonito y no me gustaría que se esfumase entre la negrura de nuevo.
Me quedan dos horas y media de vuelo, añadiendo otra hora más de pulular entre el aeropuerto de Dusseldorf y Essen, aunque tengo la suerte de tener a un hijo de españoles que adora la tierra de sus padres y todo lo que en ella se mueve y me irá a recoger al aeropuerto. Por tanto llegaré a mi humilde (y un poco cutrecilla pero siempre adorada) morada como muy temprano a las once de la noche. No importa. No perderé tiempo en ir a ver al menos a mis israelíes que ya me esperan.
Mañana tocará encerrarse y ponerse a trabajar en el proyecto, que por cierto, le ha gustado al de Audi (toma ya!), pero tengo que concretar de una vez todos los detalles antes de este jueves, así que, cañita que toca dar.
Ya oigo alemán a mi alrededor. Eso me recuerda que de nuevo toca choque idiomático. Cuando volví a España se me hacía raro escuchar español por todas partes. Incluso me trabé con la chica del mostrador y le hablé una mezcla de español, alemán e inglés. XD Cosas que pasan.
Bueno, nos quedan diez minutitos para el embarque así que voy cerrando esto. Ya lo colgaré cuando llegue. Espero que todavía me funcione internet.
Y aunque tarde, ¡bo nadal!


PD: la foto es Kettwig, un pueblecito a la orilla de un lago al sur de Essen.

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